¡Oído cocina!

SI EL FUTURO consistirá en nutrirse de insectos, lo raro es que el augurio nos lo haya hecho la FAO. En España, donde ya nos preparan para una nostalgia del agua caliente, estamos acostumbrados a que estas noticias nos las insinúe Arias Cañete con el relato de su propia vida trepidante. Este hombre todo lo convierte en el baño de Palomares. Pero, esta vez, no le han dado tiempo de contar que él, en casa, se alimenta de lo que encuentra en las macetas y en las trampas para cucarachas, como un Santa Claus aislado en Laponia que ya se hubiera comido todos los renos. Y a todos los pajes. Porque digo yo que, antes de empezar con los bichos, nos comeremos a los pajes. En caso de escasez extrema, mi predisposición natural es antes antropófaga que insectívora, voy avisando.

La ingestión de yogures caducados por parte del señor ministro, luego oficializada aunque causase pavor a sus propios hijos, que creían verlo jugando a la ruleta rusa, nos dio una medida del colapso del bienestar que ya resultaba tremendamente inquietante. Pero es peor, estamos abocados a la misma dieta que los seres con lengua retráctil. Cabe la posibilidad, si evoluciona la especie, de que en las tertulias de dentro de seis generaciones veamos opinadores capaces de cazar una mosca al vuelo mientras comentan las encuestas referidas a la aceptación interna de Rubalcaba.

La crisis es peor de lo que nos habían contado. Nos hemos saltado la etapa de devorar hámsters y perros para caer directamente en la de las hormigas y las raíces, como en un eterno retorno a la posguerra que ubica nuestro destino colectivo en el capítulo piloto de Cuéntame. Nos vamos a tiempos prelandistas, de hambre y caballeros mutilados, de recuentos atroces. Yo sobreviviré, porque, con lo que echan a los gintonics en los bares de moda, ya me he acostumbrado a todo. Pero Sostres va a necesitar que Ferran Adrià dé un sentido gastronómico a los grillos, o se dejará morir en un hotel de cinco estrellas, agarrado al último cochinillo de la civilización, como un Guggenheim que apurara el coñac sin resistirse a naufragar con el Titanic.

Cuando la Estatua de la Libertad sea un escombro en una playa y nos estudien, comprobarán que, en la bóveda de la caverna, pintábamos saltamontes.